Una noche de suerte

Esta novela podría pertenecer a la picaresca del narco. En sus páginas, la extraordinaria vena narrativa de Guillermo Rubio, al rivalizar el crimen, actualiza la discusión académica sobre la neutralidad ética de la literatura. La editorial universitaria al publicar esta obra propone un objeto de estudio: la cultura del narcotráfico como un fenómeno sociológico que merece la atención del pensamiento cultivado. Este es un asunto polémico y para su dilucidación es útil recordar que de ninguna manera Madame Bovary es una apología del adulterio; ni las Rubaiyatas son del alcoholismo; ni Las flores del mal son un alegato en favor del vicio. Es evidente, por otra parte, que esta novela de Rubio no tiene la altura de las obras antes citadas -en ésta no existe tesis (¿podría ser la de la “ banalidad del mal” que ha desarrollado Hannah Arendt?), no hay planteamientos estéticos, sólo una frívola, cínica y vertiginosa descripción de acciones que transgreden el orden. No obstante, puede ser inscrita dentro de un marco de reflexión teórica que asuma a la creación literaria como ejercicio de la libertad de pensamiento y expresión, y, complementariamente, al texto literario como un conjunto simbólico susceptible de interpretaciones. Esta es una novela picaresca en la que el anti-heroísmo y la trasgresión llevadas al extremo se constituyen en un delirio narrativo que roza el nihilismo. Esta novela es una imagen del México contemporáneo construida a partir de la ficción: da testimonio de la perniciosa consagración del crimen que opera la llamada cultura del narcotráfico, misma que transforma en héroes populares a vulgares criminales. Sin duda, la idealización y esterilización del crimen y la ilegalidad son incompatibles con la convivencia humana respetuosa. Tal vez podemos aproximarnos a este fenómeno postulando que la ignorancia, la pobreza y la desesperación social, de grandes sectores de la población, son originadas por la desigualdad, la corrupción y la impunidad del sistema político. Combatir la irracionalidad del crimen y de la política corrompida, sólo es posible con el cultivo de la razón ilustrada y la práctica del respeto a la ley. Finalmente, debemos asentar que la prevalencia, en ciertos sectores de la población, de la cultura del narcotráfico es el signo del fracaso de la humanización del ser a través de la educación y las humanidades; es decir, del conocimiento y la virtud.