Mensajeros del sol
Una suerte de Hermana Francisca se transparenta en estos textos que lindan la prosa y el verso, pero cuya estructura sólo pertenece al impulso interno de una minuciosa y curiosa amanuense; para nuestra poeta asombrase es parte del oficio, una vocación que se cumple cuando el sol, la hierba, los pájaros, los insectos, la lluvia, se amasan entre los dedos de la tarde y hacen florecer el poema.
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Se abre la ventana y los ojos de Silvia Castro se posan en el asombro; en su jardín hay una fiesta de colores, cantos y olores. Es la resina de la vida, el líquido amniótico donde se gestan y maduran las criaturas más exóticas, más sublimes, más fugaces. Alrededor de esa mirada todo está mutando y el instante apenas si es suficiente para memorizar un vuelo, un bailoteo aéreo, un florecimiento. Una suerte de Hermana Francisca se transparenta en estos textos que lindan la prosa y el verso, pero cuya estructura sólo pertenece al impulso interno de una minuciosa y curiosa amanuense; para nuestra poeta asombrase es parte del oficio, una vocación que se cumple cuando el sol, la hierba, los pájaros, los insectos, la lluvia, se amasan entre los dedos de la tarde y hacen florecer el poema. De Aristófanes a Novo, pasando por el poeta medieval Farid Ud-Din-Attar, no poca literatura sobre aves se ha escrito, pero en esta nueva obra de Silvia Castro hay una revelación que agradecer: somos una especie que aún puede preservar la vida sui no deja de asombrarse al abrir una ventana y mirar. Este es el mensaje que esconden las nerviosas alas de este libro.
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